En la infancia de un niño de los '60 la palabra clave era leche: 'Tómate un vaso de leche', 'Acábate la leche', 'Se te va a enfriar la leche', 'Sal a la puerta a ver si ya han dejado la leche', 'Saca las botella vacías de la leche'... ¡leche!. ¡leche!, y ¡leche!
En esos años había lecheros, lecherias, vaquerias y burras de la leche. En mi caso y en mi casa, tan apreciado níveo era despachado 'puerta a puerta' por un enjuto y misterioso lechero que cabalgaba a primera hora de la mañana sobre un triciclo-carrito someramente rotulado . El buen lechero de oscuro y fino bigote tenía un Despacho de leche alicatado hasta el techo con un sufrido gresite en tonos marrones y negros.
La leche condensada se vendía en lata. Una lata que siempre estaba pringada y pringosa además de ser bastante peligrosa con aquellos punzantes picos que el abrelatas producía en la tapa. Otra versión más personalizada era la del tubo a modo de pasta de dientes que algunos pocos privilegiados chuperreteaban de manera insistente.
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